Lecturas del Domingo de Ramos (Ciclo C)

Con el Domingo de Ramos, comenzamos a transitar la Semana Santa, la semana mas importante para todos nosotros como creyentes. 
Hoy, a través de la oración y con el corazón, subimos con Jesús hacia su entrada triunfal a Jerusalén.  Desde hoy, y en los días subsiguientes, vamos a caminar junto a Él, acompañándolo en el dolor de la traición del amigo a la celebración de la Pascua junto sus discípulos, asistiendo y orando con ellos en ese momento en que Jesús instituye la Eucaristía y nos insta a hacer “esto en conmemoración” suya.
Caminaremos a su lado hasta los momentos amargos en los que todos, – con excepción de su Madre, el Discípulo Amado, un puñado de fieles, y las mujeres que siempre lo acompañaron – todos parecen haber desaparecido: lo traicionan, lo niegan, lo abandonan….
Ahí contemplaremos, en oración, Su cuerpo destrozado, después del horrible sufrimiento en la Cruz, y ­­­­­­­su sangre derramada por todos nosotros, la sangre de la alianza nueva y eterna de Dios con su Pueblo. 
Que con un corazón convertido después de este caminar cuaresmal que hoy concluimos, podamos morir junto a Él en la Cruz, morir a todo aquello que nos aleja de la vida nueva en Jesús para que, en el silencio de nuestra oración, podamos vivir en la santa tensión entre la memoria de las promesas, la realidad del ensañamiento presente en la cruz y la esperanza de la resurrección. (Papa Francisco, Domingo de Ramos 2019).

fuente: Equipo de Liturgia, Comunidad Católica Latina en Bangkok

Procesión de Ramos

✠ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 19, 28-40
¡Bendito el que viene en nombre del Señor!

Jesús siguió adelante, subiendo a Jerusalén. Cuando se acercó a Betfagé y Betania, al pie del monte llamado de los Olivos, envió a dos de sus discípulos, diciéndoles: «Vayan al pueblo que está enfrente y, al entrar, encontrarán un asno atado, que nadie ha montado todavía. Desátenlo y tráiganlo; y si alguien les pregunta: “¿Por qué lo desatan?”, respondan: “El Señor lo necesita”».
Los enviados partieron y encontraron todo como Él les había dicho. Cuando desataron el asno, sus dueños les dijeron:
«¿Por qué lo desatan?»
Y ellos respondieron:
«El Señor lo necesita».
Luego llevaron el asno adonde estaba Jesús y, poniendo sobre él sus mantos, lo hicieron montar. Mientras Él avanzaba, la gente extendía sus mantos sobre el camino.
Cuando Jesús se acercaba a la pendiente del monte de los Olivos, todos los discípulos, llenos de alegría, comenzaron a alabar a Dios en alta voz, por todos los milagros que habían visto. Y decían:
«¡Bendito sea el Rey que viene
en nombre del Señor!
¡Paz en el cielo
y gloria en las alturas!».
Algunos fariseos que se encontraban entre la multitud le dijeron:
«Maestro, reprende a tus discípulos».
Pero Él respondió:
«Les aseguro que si ellos callan, gritarán las piedras».

Lecturas de la Misa

Lectura del libro de Isaías 50, 4-7
No retiré mi rostro cuando me ultrajaban, pero sé muy bien que no seré defraudado

El mismo Señor me ha dado
una lengua de discípulo,
para que yo sepa reconfortar al fatigado
con una palabra de aliento.
Cada mañana, Él despierta mi oído
para que yo escuche como un discípulo.
El Señor abrió mi oído
y yo no me resistí ni me volví atrás.
Ofrecí mi espalda a los que me golpeaban
y mis mejillas, a los que me arrancaban la barba;
no retiré mi rostro
cuando me ultrajaban y escupían.
Pero el Señor viene en mi ayuda:
por eso, no quedé confundido;
por eso, endurecí mi rostro como el pedernal,
y sé muy bien que no seré defraudado. 

Palabra del Señor

Salmo Responsorial 21, 8-9. 17-18a. 19-20. 23-24
R: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?

Los que me ven, se burlan de mí,
hacen una mueca y mueven la cabeza, diciendo:
«Confió en el Señor, que Él lo libre;
que lo salve, si lo quiere tanto.» R

Me rodea una jauría de perros,
me asalta una banda de malhechores;
taladran mis manos y mis pies.
Yo puedo contar todos mis huesos. R

Se reparten entre sí mi ropa
y sortean mi túnica.
Pero tú, Señor, no te quedes lejos;
tú que eres mi fuerza, ven pronto a socorrerme. R

Yo anunciaré tu Nombre a mis hermanos,
te alabaré en medio de la asamblea:
«Alábenlo, los que temen al Señor;
glorifíquenlo, descendientes de Jacob;
témanlo, descendientes de Israel.». R

Lectura de la carta del Apóstol san Pablo a los cristianos de Filipos 2, 6-11
Se anondó a si mismo. Por eso, Dios lo exaltó.

Jesucristo, que era de condición divina,
no consideró esta igualdad con Dios
como algo que debía guardar celosamente:
al contrario, se anonadó a sí mismo,
tomando la condición de servidor
y haciéndose semejante a los hombres.
Y presentándose con aspecto humano,
se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte
y muerte de cruz.
Por eso, Dios lo exaltó
y le dio el Nombre que está sobre todo nombre,
para que al nombre de Jesús,
se doble toda rodilla en el cielo,
en la tierra y en los abismos,
y toda lengua proclame para gloria de Dios Padre:
«Jesucristo es el Señor.»

Palabra del Señor

Aclamación antes del Evangelio Flp 2, 8-9

Cristo se humilló por nosotros
hasta aceptar la muerte,
y muerte de cruz.
Por eso, Dios lo exaltó
y le dio el Nombre que está sobre todo nombre.

Pasión de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 22, 7. 14––23, 56

He deseado ardientemente comer esta Pascua con ustedes antes de mi pasión

C. Llegó el día de los Ácimos, en el que se debía inmolar la víctima pascual. Cuando fue la hora Jesús se sentó a la mesa con los Apóstoles y les dijo:
✠ «He deseado ardientemente comer esta Pascua con ustedes antes de mi Pasión, porque les aseguro que ya no la comeré más hasta que llegue a su pleno cumplimiento en el Reino de Dios.»
C. Y tomando una copa, dio gracias y dijo:
✠ «Tomen y compártanla entre ustedes. Porque les aseguro que desde ahora no beberé más del fruto de la vid hasta que llegue el Reino de Dios.»

Hagan esto en conmemoración mía

C. Luego tomó el pan, dio gracias, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo:
✠ «Esto es mi Cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía.»

C. Después de la cena hizo lo mismo con la copa, diciendo:
✠ «Esta copa es la Nueva Alianza sellada con mi Sangre, que se derrama por ustedes.»
La mano del traidor está sobre la mesa, junto a mí. Porque el Hijo del hombre va por el camino que le ha sido señalado, pero ¡ay de aquel que lo va a entregar!»
C. Entonces comenzaron a preguntarse unos a otros quién de ellos sería el que iba a hacer eso.
Y surgió una discusión sobre quién debía ser considerado como el más grande. Jesús les dijo:
✠ «Los reyes de las naciones dominan sobre ellas, y los que ejercen el poder sobre el pueblo se hacen llamar bienhechores. Pero entre ustedes no debe ser así. Al contrario, el que es más grande, que se comporte como el menor, y el que gobierna, como un servidor. Porque, ¿quién es más grande, el que está a la mesa o el que sirve? ¿No es acaso el que está a la mesa? Y sin embargo, yo estoy entre ustedes como el que sirve. Ustedes son los que han permanecido siempre conmigo en medio de mis pruebas. Por eso yo les confiero la realeza, como mi Padre me la confirió a mí. Y en mi Reino, ustedes comerán y beberán en mi mesa, y se sentarán sobre tronos para juzgar a las doce tribus de Israel.»
Simón, Simón, mira que Satanás ha pedido poder para zaran- dearlos como el trigo, pero yo he rogado por ti, para que no te falte la fe. Y tú, después que hayas vuelto, confirma a tus hermanos.»
C. Pedro le dijo:
S. «Señor, estoy dispuesto a ir contigo a la cárcel y a la muerte.»
C. Pero Jesús replicó:
✠ «Yo te aseguro, Pedro, que hoy, antes que cante el gallo, habrás negado tres veces que me conoces.»
C. Después les dijo:
✠ «Cuando los envié sin bolsa, ni alforja, ni sandalia, ¿les faltó alguna cosa?»
C. Respondieron:
S. «Nada»
C. Él agregó:
✠ «Pero ahora el que tenga una bolsa, que la lleve; el que tenga una alforja, que la lleve también; y el que no tenga espada, que venda su manto para comprar una. Porque les aseguro que debe cumplirse en mí esta palabra de la Escritura: Fue contado entre los malhechores. Ya llega a su fin todo lo que se refiere a mí.»
C. Ellos le dijeron:
S. «Señor, aquí hay dos espadas.»
C. Él les respondió:
✠ «Basta.»

En medio de la angustia, Él oraba más intensamente

C. En seguida Jesús salió y fue como de costumbre al monte de los Olivos, seguido de sus discípulos. Cuando llegaron, les dijo:
✠ «Oren, para no caer en la tentación.»
C. Después se alejó de ellos, más o menos a la distancia de un tiro de piedra, y puesto de rodillas, oraba:
✠ «Padre, si quieres, aleja de mí este cáliz. Pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya.»
C. Entonces se le apareció un ángel del cielo que lo reconfortaba. En medio de la angustia, Él oraba más intensamente, y su sudor era como gotas de sangre que corrían hasta el suelo. Después de orar se levantó, fue hacia donde estaban sus discípulos y los encontró adormecidos por la tristeza. Jesús les dijo:
✠ «¿Por qué están durmiendo? Levántense y oren para no caer en la tentación.»

Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del hombre?

C. Todavía estaba hablando, cuando llegó una multitud encabezada por el que se llamaba Judas, uno de los Doce. Este se acercó a Jesús para besarlo. Jesús le dijo:
«Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del hombre?»
C. Los que estaban con Jesús, viendo lo que iba a suceder, le preguntaron:
S. «Señor, ¿usamos la espada?»
C. Y uno de ellos hirió con su espada al servidor del Sumo Sacerdote, cortándole la oreja derecha. Pero Jesús dijo:
✠ «Dejen, ya está.»
C. Y tocándole la oreja, lo curó. Después dijo a los sumos sacerdotes, a los jefes de la guardia del Templo y a los ancianos que habían venido a arrestarlo:
✠ «¿Soy acaso un ladrón para que vengan con espadas y palos? Todos los días estaba con ustedes en el Templo y no me arrestaron. Pero esta es la hora de ustedes y el poder de las tinieblas.»

Pedro, saliendo afuera, lloró amargamente

C. Después de arrestarlo, lo condujeron a la casa del Sumo Sacerdote. Pedro lo seguía de lejos. Encendieron fuego en medio del patio, se sentaron alrededor de él y Pedro se sentó entre ellos. Una sirvienta que lo vio junto al fuego, lo miró fijamente y dijo:
S. «Éste también estaba con Él.»
C. Pedro lo negó diciendo:
S. «Mujer, no lo conozco.»
C. Poco después, otro lo vio y dijo:
S. «Tú también eres uno de aquellos.»
C. Pero Pedro respondió:
S. «No, hombre, no lo soy.»
C. Alrededor de una hora más tarde, otro insistió, diciendo:
S. «No hay duda de que este hombre estaba con él; además, él también es galileo.»
C. Dijo Pedro:
S. «Hombre, no sé lo que dices.»
C. En ese momento, cuando todavía estaba hablando, cantó el gallo. El Señor, dándose vuelta, miró a Pedro. Este recordó las palabras que el Señor le había dicho: «Hoy, antes que cante el gallo, me habrás negado tres veces.» Y saliendo afuera, lloró amargamente.

Profetiza, ¿quién te golpeó?

C. Los hombres que custodiaban a Jesús lo ultrajaban y lo golpeaban; y tapándole el rostro, le decían:
S. «Profetiza, ¿quién te golpeó?»
C. Y proferían contra Él toda clase de insultos.

Llevaron a Jesús ante el tribunal

C. Cuando amaneció, se reunió el Consejo de los ancianos del pueblo, junto con los sumos sacerdotes y los escribas. Llevaron a Jesús ante el tribunal y le dijeron:
S. «Dinos si eres el Mesías.»
C. Él les dijo:
✠ «Si yo les respondo, ustedes no me creerán, y si los interrogo, no me responderán. Pero en adelante, el Hijo del hombre se sentará a la derecha de Dios todopoderoso.»
C. Todos preguntaron:
S. «¿Entonces eres el Hijo de Dios?»
C. Jesús respondió:
✠ «Tienen razón, yo lo soy.»
C. Ellos dijeron:
S. «¿Acaso necesitamos otro testimonio? Nosotros mismos lo hemos oído de su propia boca.»
C. Después se levantó toda la asamblea y lo llevaron ante Pilato.

No encuentro en este hombre ningún motivo de condena

C. Y comenzaron a acusarlo, diciendo:
S. «Hemos encontrado a este hombre incitando a nuestro pueblo a la rebelión, impidiéndole pagar los impuestos al Emperador y pretendiendo ser el rey Mesías.»
C. Pilato lo interrogó, diciendo:
S. «¿Eres tú el rey de los judíos?»
✠ «Tú lo dices.»
C. Le respondió Jesús. Pilato dijo a los sumos sacerdotes y a la multitud:
S. «No encuentro en este hombre ningún motivo de condena.»
C. Pero ellos insistían:
S. «Subleva al pueblo con su enseñanza en toda la Judea. Comenzó en Galilea y ha llegado hasta aquí.»
C. Al oír esto, Pilato preguntó si ese hombre era galileo. Y habiéndose asegurado de que pertenecía a la jurisdicción de Herodes, se lo envió. En esos días, también Herodes se encontraba en Jerusalén.

Herodes y sus guardias lo trataron con desprecio

C. Herodes se alegró mucho al ver a Jesús. Hacía tiempo que deseaba verlo, por lo que había oído decir de Él, y esperaba que hiciera algún prodigio en su presencia. Le hizo muchas preguntas, pero Jesús no le respondió nada. Entre tanto, los sumos sacerdotes y los escribas estaban allí y lo acusaban con vehemencia.
Herodes y sus guardias, después de tratarlo con desprecio y ponerlo en ridículo, lo cubrieron con un magnífico manto y lo enviaron de nuevo a Pilato. Y ese mismo día, Herodes y Pilato, que estaban enemistados, se hicieron amigos.

Pilato entregó a Jesús al arbitrio de ellos

C. Pilato convocó a los sumos sacerdotes, a los jefes y al pueblo, y les dijo:
S. «Ustedes me han traído a este hombre ,acusándolode incitar al pueblo a la rebelión. Pero yo lo interrogué delante de ustedes y no encontré ningún motivo de condena en los cargos de que lo acusan; ni tampoco Herodes, ya que él lo ha devuelto a este tribunal. Como ven, este hombre no ha hecho nada que merezca la muerte. Después de darle un escarmiento, lo dejaré en libertad.»
C. Pero la multitud comenzó a gritar:
S. «¡Qué muera este hombre! ¡Suéltanos a Barrabás!»
C. A Barrabás lo habían encarcelado por una sedición que tuvo lugar en la ciudad y por homicidio. Pilato volvió a dirigirles la palabra con la intención de poner en libertad a Jesús. Pero ellos seguían gritando:
S. «¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!»
C. Por tercera vez les dijo:
S. «¿Qué mal ha hecho este hombre? No encuentro en él nada que merezca la muerte. Después de darle un escarmiento, lo dejaré en libertad.»
C. Pero ellos insistían a gritos, reclamando que fuera crucificado, y el griterío se hacía cada vez más violento. Al fin, Pilato resolvió acceder al pedido del pueblo. Dejó en libertad al que ellos pedían, al que había sido encarcelado por sedición y homicidio, y a Jesús lo entregó al arbitrio de ellos.

Hijas de Jerusalén, no lloren por mí

C. Cuando lo llevaban, detuvieron a un tal Simón de Cirene, que volvía del campo, y lo cargaron con la cruz, para que la llevara detrás de Jesús. Lo seguían muchos del pueblo y un buen número de mujeres, que se golpeaban el pecho y se lamentaban por él. Pero Jesús, volviéndose hacia ellas, les dijo:
✠ «¡Hijas de Jerusalén!, no lloren por mí; lloren más bien por ustedes y por sus hijos. Porque se acerca el tiempo en que se dirá: ¡Felices las estériles, felices los senos que no concibieron y los pechos que no amamantaron! Entonces se dirá a las montañas: ¡Caigan sobre nosotros!, y a los cerros: ¡Sepúltennos! Porque si así tratan a la leña verde, ¿qué será de la leña seca?»
C. Con él llevaban también a otros dos malhechores, para ser ejecutados.

Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen

C. Cuando llegaron al lugar llamado “del Cráneo», lo crucificaron junto con los malhechores, uno a su derecha y el otro a su izquierda. Jesús decía:
«Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.»
C. Después se repartieron sus vestiduras, sorteándolas entre ellos.

Éste es el rey de los judíos

C. El pueblo permanecía allí y miraba. Sus jefes, burlándose, decían:
S. «Ha salvado a otros: ¡que se salve a sí mismo, si es el Mesías de Dios, el Elegido!»
C. También los soldados se burlaban de Él y, acercándose para ofrecerle vinagre, le decían:
S. «Si eres el rey de los judíos, ¡sálvate a ti mismo!»
C. Sobre su cabeza había una inscripción: “Este es el rey de los judíos.»

Hoy estarás conmigo en el Paraíso

C. Uno de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo:
S. «¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros.»
C. Pero el otro lo increpaba, diciéndole:
S. «¿No tienes temor de Dios, tú que sufres la misma pena que Él? Nosotros la sufrimos justamente, porque pagamos nuestras culpas, pero él no ha hecho nada malo.»
C. Y decía:
S. «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas a establecer tu Reino.»
C. El le respondió:
✠ «Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Pa- raíso.»

Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu

C. Era alrededor del mediodía. El sol se eclipsó y la oscuridad cubrió toda la tierra hasta las tres de la tarde. El velo del Templo se rasgó por el medio. Jesús, con un grito, exclamó:
✠ «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu.»
C. Y diciendo esto, expiró.

(Aquí todos se arrodillan, y se hace una breve pausa)

C. Cuando el centurión vio lo que había pasado, alabó a Dios, exclamando:
S. «Realmente este hombre era un justo.»
C. Y la multitud que se había reunido para contemplar el espectáculo, al verlo sucedido, regresaba golpeándose el pecho. Todos sus amigos y las mujeres que lo habían acompañado desde Galilea permanecían a distancia, contemplando lo sucedido.

José colocó el cuerpo de Jesús en un sepulcro cavado en la roca

C. Llegó entonces un miembro del Consejo, llamado José, hombre recto y justo, que había disentido con las decisiones y actitudes de los demás. Era de Arimatea, ciudad de Judea, y esperaba el Reino de Dios. Fue a ver a Pilato para pedirle el cuerpo de Jesús. Después de bajarlo de la cruz, lo envolvió en una sábana y lo colocó en un sepulcro cavado en la roca, donde nadie había sido sepultado.
Era el día de la Preparación, y ya comenzaba el sábado.
Las mujeres que habían venido de Galilea con Jesús siguieron a José, observaron el sepulcro y vieron cómo había sido sepultado. Después regresaron y prepararon los bálsamos y perfumes, pero el sábado observaron el descanso que prescribía la Ley.

Te invitamos a escuchar la reflexión de RezandoVoy.org, un proyecto de los Jesuitas de España, para este Domingo de Ramos: https://www.rezandovoy.org/reproductor/2022-04-10

~ Creciendo en la Fe ~
Notas sobre las lecturas de este Domingo de Ramos (C)

Primera Lectura ~ Is 50, 4-7

Hasta el siglo XVIII, los eruditos bíblicos creían que el Libro de Isaías era obra de un solo autor. Sin embargo, ahora se acepta generalmente que hubo, al menos, dos escritores diferentes llamados Isaías: el primero responsable de los capítulos 1–39; el segundo para los capítulos 40–66.
El ‘Segundo Isaías’ (o Deuteroisaías) escribió su texto durante el exilio en Babilonia (586-539 a. C.), unos 150 años después del primero. Algunos eruditos también sugieren un Tercer Isaías (o Tritoisaías) para el Cantar del Siervo Sufriente y para los últimos diez capítulos del libro, apoyando su argumento con evidencia histórica, doctrinal y literaria.
El pasaje que leemos esta semana forma parte del Tercer Canto del Siervo Sufriente. (Hay cuatro cantos en total: I: Isaías 42, 1–4; II: 49, 1–6; III: 50, 4–7; y IV: 52, 13–53, 12) El tono de este tercer canto es mucho más oscuro que los demás. Es el Siervo quien habla. Isaías se dirige a personas que han estado exiliadas en Babilonia durante muchos años y están totalmente abatidas y cansadas. Rodeados de símbolos de su propia derrota, se desesperan por poder estar alguna vez a cargo de su propio futuro. El papel principal del Siervo aquí es brindar aliento y apoyo a los «cansados». Él es un buen oyente.
En una cultura donde el honor es lo más importante, se enumeran algunas de las agresiones a las que se somete al Siervo: golpes, tirones de barba, insultos, escupitajos. Todos están diseñados para provocar vergüenza y humillación. Sin embargo, no se avergonzará ni desanimará porque, como dice: “El Señor viene en mi ayuda”.
Aunque no está claro a quién representa el Siervo, desde el principio los cristianos han visto en él a Cristo, y el sufrimiento que soportó durante su Pasión.

Evangelio ~ Lc 23, 1-49 (versión abreviada)

Entonces toda la asamblea se levantó y llevaron a Jesús ante Pilato.
Solo las autoridades romanas tenían el poder de ejecutar la sentencia de muerte, por lo que los judíos llevaron a Jesús ante Pilato, por entonces gobernador de la Judea romana, la mitad sur de Palestina. Inicialmente, Jesús había sido acusado de blasfemia, un asunto religioso (Lucas 22, 66–71). Ahora la acusación es triple, de naturaleza política y totalmente falsa. Pilato no quiso complacer ni ofender a los acusadores de Jesús y pasó a Jesús (como galileo) a la jurisdicción de Herodes Antipas.

Herodes y sus guardias trataron a Jesús con desprecio y se burlaron de él
Herodes consideró a Jesús como una broma, lo vistió como un rey y se burló de él. Otra traducción del versículo 11 podría ser: “Herodes con sus soldados detrás de él, pensó que Jesús no tenía importancia”. Al no ver a Jesús como una amenaza, lo envió de regreso a Pilato.

Pilato estaba ansioso por liberar a Jesús
Pilato trató cuatro veces de evitar condenar a Jesús; refirió el asunto a Herodes, ofreció azotar a Jesús y luego liberarlo, les dijo a los judíos que resolvieran el asunto ellos mismos (Juan 19, 6-7) y les pidió que liberaran a Jesús en el tiempo de la Pascua (Marcos 15, 6).

Pilato, un experimentado gobernador romano
Pilato había cometido algunos errores graves durante su gobierno en Palestina, tras haber molestado profundamente a los judíos al permitir que sus tropas llevaran estandartes rematados con un busto del emperador reinante que, en ese momento, era oficialmente un dios. Los judíos le suplicaron que detuviera esta práctica y fueron amenazados de muerte. Pilato también había traído un nuevo suministro de agua a la ciudad, financiándolo con dinero tomado de la tesorería del Templo. Si estos incidentes se hubieran informado oficialmente, es muy seguro que Pilato habría sido despedido. Los funcionarios judíos habían insinuado que Pilato podría tener problemas al decir: «Si liberas a [Jesús], no eres amigo de César». (Juan 19, 12)

Detuvieron a un hombre, Simón de Cirene
Palestina era un país ocupado y cualquier ciudadano podía servir al gobierno romano. Un criminal fue conducido al lugar de su crucifixión por la ruta más larga posible. Cuando Jesús ya no pudo soportar el peso de su cruz, Simón de Cirene habría sido golpeado en el hombro con el lado plano de una lanza romana y obligado a llevar la cruz detrás de Jesús.

‘Hoy estarás conmigo en el Paraíso’
Se dice que Jesús fue crucificado deliberadamente entre dos conocidos criminales, para identificarlo con ellos, y así humillarlo ante la multitud. Cuando Jesús le prometió al ladrón arrepentido el Paraíso (una palabra persa para describir un jardín amurallado), le prometió un lugar de honor. Un rey persa otorgaba un honor muy especial a un súbdito elegido al invitarlo a ser su acompañante en el jardín.

fuente: https://stbeunosoutreach.wordpress.com/

Escrito por

El lugar de encuentro de los Católicos latinos en Bangkok... de la mano de Cristo y bajo el amparo de María ... celebrando la fe en comunidad desde el 2002 ...

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