
Empecemos nuestra oración:
En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.
Ilumina, Dios compasivo, los corazones de tus hijos que tratan de purificarse por la penitencia
y, ya que nos infundes el deseo de servirte con amor, dígnate escuchar paternalmente nuestras súplicas. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo,
que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.
(Oración colecta, Miércoles de la V semana de Cuaresma)
Lectura (Lectio)
Lee la siguiente Escritura dos o tres veces. Juan 11, 3-7. 17. 20-27. 33b-45
En aquel tiempo, Marta y María, las dos hermanas de Lázaro, le mandaron decir a Jesús: “Señor, el amigo a quien tanto quieres está enfermo”. Al oír esto, Jesús dijo: “Esta enfermedad no acabará en la muerte, sino que servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella”.
Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro. Sin embargo, cuando se enteró de que Lázaro estaba enfermo, se detuvo dos días más en el lugar en que se hallaba. Después dijo a su discípulos: “Vayamos otra vez a Judea”.
Cuando llegó Jesús, Lázaro llevaba ya cuatro días en el sepulcro. Apenas oyó Marta que Jesús llegaba, salió a su encuentro; pero María se quedó en casa. Le dijo
Marta a Jesús: “Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano. Pero aun ahora estoy segura de que Dios te concederá cuanto le pidas”.
Jesús le dijo: “Tu hermano resucitará”. Marta respondió: “Ya sé que resucitará en la resurrección del último día”. Jesús le dijo: “Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y todo aquel que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees tú esto?” Ella le contestó: “Sí, Señor. Creo firmemente que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo”.
Jesús se conmovió hasta lo más hondo y preguntó: “¿Dónde lo han puesto?” Le contestaron: “Ven, Señor, y lo verás”. Jesús se puso a llorar y los judíos comentaban: “De veras ¡cuánto lo amaba!” Algunos decían: “¿No podía éste, que abrió los ojos al ciego de nacimiento, hacer que Lázaro no muriera?”
Jesús, profundamente conmovido todavía, se detuvo ante el sepulcro, que era una cueva, sellada con una losa. Entonces dijo Jesús: “Quiten la losa”. Pero Marta, la hermana del que había muerto, le replicó: “Señor, ya huele mal, porque lleva cuatro días”. Le dijo Jesús: “¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios?” Entonces quitaron la piedra.
Jesús levantó los ojos a lo alto y dijo: “Padre, te doy gracias porque me has escuchado. Yo ya sabía que tú siempre me escuchas; pero lo he dicho a causa de esta muchedumbre que me rodea, para que crean que tú me has enviado”. Luego gritó con voz potente: “¡Lázaro, sal de allí!” Y salió el muerto, atados con vendas las manos y los pies, y la cara envuelta en un sudario. Jesús les dijo: “Desátenlo, para que pueda andar”. Muchos de los judíos que habían ido a casa de Marta y María, al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en él.
Meditación (Meditatio)
Después de la lectura, toma unos momentos para reflexionar en silencio acerca de una o más de las siguientes preguntas:
• ¿Cuál palabra o palabras en este pasaje captaron tu atención?
• ¿Qué parte en este pasaje te consoló?
• ¿Qué parte en este pasaje te desafió?
Si practicas la lectio divina como familia o en un grupo, luego del tiempo de reflexión, invita a los participantes a compartir sus respuestas.
Oración (Oratio)
Lee el pasaje de la Escritura una vez más. Dale al Señor la alabanza, petición y acción de gracias que la Palabra te ha inspirado.
Contemplación (Contemplatio)
Lee nuevamente el pasaje de la Escritura, seguida de esta reflexión:
¿Qué conversión de la mente, del corazón y de la vida me pide el Señor?
Apenas oyó Marta que Jesús llegaba, salió a su encuentro. ¿Dónde me encuentro con Jesús? ¿Cómo puedo hacer prioridad en mi vida el pasar tiempo con el Señor?
Pero aun ahora estoy segura de que Dios te concederá cuanto le pidas. ¿Qué tengo que pedirle a Dios en esta semana? ¿Cómo puedo estar más abierto a la voluntad de Dios en mi vida?
Creo firmemente que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo. ¿Qué fortalece mi fe? ¿Qué recursos en mi parroquia y diócesis me pueden ayudar a aprender más sobre lo que cree la Iglesia?
Después de unos momentos de reflexión en silencio, todos recen la Oración del Señor y la siguiente:
Oración final:
Desde el abismo de mis pecados clamo a ti; Señor, escucha mi clamor;
que estén atentos tus oídos
a mi voz suplicante.
Si conservaras el recuerdo de las culpas, ¿quién habría, Señor, que se salvara? Pero de ti procede el perdón,
por eso con amor te veneramos.
Confío en el Señor,
mi alma espera y confía en su palabra; mi alma aguarda al Señor,
mucho más que la aurora el centinela.
Como aguarda a la aurora el centinela, aguarde Israel al Señor,
porque del Señor viene la misericordia y la abundancia de la redención,
y él redimirá a su pueblo de todas sus iniquidades.
(Del Salmo 129)
Vivir la Palabra esta semana
¿Cómo puedo convertir mi vida en un don de caridad para los demás?
Envía una nota o haz una visita a alguien que está enfermo o en luto.
Los textos de la Sagrada Escritura utilizados en esta obra han sido tomados de los Leccionarios I, II y III, propiedad de la Comisión Episcopal de Pastoral Litúrgica de la Conferencia Episcopal Mexicana, copyright © 1987, quinta edición de setiembre de 2004. Utilizados con permiso. Todos los derechos reservados.
Extractos del Misal Romano © 1975, Comisión Episcopal de Pastoral Litúrgica de la Conferencia del Episcopado Mexicano. Utilizados con permiso. Todos los derechos reservados.