
El Adviento, el tiempo gozoso con el que comenzamos el año litúrgico, es el recorrido de cuatro semanas durante el cual nos preparamos para la venida de Jesús, el hecho sin precedentes que revolucionó la historia de la humanidad y que pone en marcha el plan salvífico del Padre. Dios se hace Hombre. Dios-con-nosotros. Emanuel.
Adviento es también sinónimo de conversión, de una profunda transformación en el ser humano, proceso que se da en un marco de amor y libertad. La simbología de este tiempo litúrgico está cargada de significados, lo cual nos interpela a dar una mirada a nuestra relación con Dios. Se nos invita una y otra vez a estar atentos, a despertarnos a la realidad de vivir en el amor de Dios a través del mayor regalo: su Hijo, el Salvador y hermano nuestro, Jesús. Este llamado a permanecer vigilantes nos interpela, sobre todo, a mirar con más detenimiento a lo que pasa a nuestro mundo de hoy, a los padecimientos y alegrías de hermanos nuestros que sufren pobreza, marginación, guerras. Y, claro está, no podemos olvidar los gritos de dolor de nuestra maravillosa Casa Común, que, como describe el Santo Padre: el mundo canta un amor infinito, ¿cómo no cuidarlo? (Laudate Deum, 65).
El Papa Francisco nos recuerda que estar atentos y vigilantes son las premisas para no seguir «vagando fuera de los caminos del Señor», perdidos en nuestros pecados y nuestras infidelidades; estar atentos y alerta, son las condiciones para permitir a Dios irrumpir en nuestras vidas, para restituirle significado y valor con su presencia llena de bondad y de ternura. (1)
La actitud de peregrinación vigilante hacia la Navidad se fortalece con la oración. San Pablo nos invita a estar alegres siempre, a orar sin cesar y dar gracias a Dios en toda ocasión (1Ts 5, 16-24). Parafraseando al Papa Francisco, nuestro camino de la fe que es la ruta de la conversión, tan propio de este tiempo, fomenta un cambio que engendra un profundo deseo de buscar a Dios, de anhelar su cercanía. La conversión es una gracia del Señor (2), un gesto gratuito de inmensa ternura. Que, en este Adviento, expresemos gratitud hacia nuestro Padre Celestial por su amor, abriendo el corazón hacia la experiencia transformadora de convertirnos en el humilde portal donde nazca Jesús, hoy y cada día, viviendo una vida generosa y solidaria, una vida que ame sin esperar nada a cambio, que siembre paz a cada paso.
Como siempre, continuamos unidos en oración como comunidad y a toda la Iglesia extendida por el mundo junto al Papa Francisco y pedimos que María Santísima, mujer de la espera, acompañe nuestros pasos en este nuevo año litúrgico que empezamos, y nos ayude a realizar la tarea de los discípulos de Jesús, indicada por el apóstol Pedro. ¿Y cuál es esta tarea? Dar razones de la esperanza que hay en nosotros (cfr. 1 P 3,15). (Papa Francisco, Ángelus 29 de noviembre 2020)

(Cada una de estas reflexiones comienza, a manera de prólogo para cada domingo, con las moniciones preparadas por nuestro equipo de liturgia. Las meditaciones del Santo Padre fueron tomadas de las celebraciones del Ángelus durante Adviento del 2017 y 2020. Al final de cada reflexión, les adjuntamos el enlace correspondiente para acceder al texto completo).

Primer Domingo ~ Estar preparados
Hoy comenzamos a transitar las cuatro semanas de Adviento (que significa venida), período que antecede al hecho más importante de la historia de la humanidad– el nacimiento de Jesús. Durante este tiempo fuerte del año, se nos invita a una actitud vigilante y confiada en el Señor que ya está a las puertas.
En este Domingo I, las lecturas de la liturgia nos interpelan a estar prevenidos y a mantener una manera de cimentada confianza en Dios ante la incertidumbre y el desánimo: en momentos de desazón, el Padre Celestial, nuestro alfarero (primera lectura) viene al encuentro de sus amados hijos. Jesús nos exhorta en el Evangelio a no dormirnos en la búsqueda de la salvación liberadora que Él trae.
La liturgia de este tiempo de Adviento nos invita a la conversión y al recogimiento, pero lo hacemos con alegría y sobre todo con mucha esperanza. El color del Adviento es el morado y se suprime el canto del Gloria que retomamos en la solemne Misa de nochebuena. Asimismo, con el Adviento, comenzamos el nuevo año litúrgico (B, en este caso) donde juntos recorreremos la vida y ministerio de Jesús a través del Evangelio de san Marcos.
Que la gracia y la paz que proceden de Dios (1Tes 1,3) nos acompañen en este peregrinar hacia la Navidad y que María Santísima, modelo de espera de Dios e icono de vigilancia, nos guíe hacia su Hijo Jesús, reavivando nuestro amor por él (1)
¡Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación!
Sal 84, 8
Lecturas
- Is 63, 16b-17. 19b; 64, 2-7
- Sal 79, 2ac. 3b. 15-16. 18-19
- 1Cor 1, 3-9
- Mc 13, 33-37
Reflexión del Santo Padre

Hoy comenzamos el camino de Adviento, que culminará en la Navidad. El Adviento es el tiempo que se nos da para acoger al Señor que viene a nuestro encuentro, también para verificar nuestro deseo de Dios, para mirar hacia adelante y prepararnos para el regreso de Cristo. Él regresará a nosotros en la fiesta de Navidad, cuando haremos memoria de su venida histórica en la humildad de la condición humana; pero Él viene dentro de nosotros cada vez que estamos dispuestos a recibirlo, y vendrá de nuevo al final de los tiempos «para juzgar a los vivos y a los muertos». Por eso debemos estar siempre alerta y esperar al Señor con la esperanza de encontrarlo.
La persona que está atenta es la que, en el ruido del mundo, no se deja llevar por la distracción o la superficialidad, sino que vive de modo pleno y consciente, con una preocupación dirigida en primer lugar a los demás. Con esta actitud nos damos cuenta de las lágrimas y las necesidades del prójimo, y podemos percibir también sus capacidades y sus cualidades humanas y espirituales. La persona mira después al mundo, tratando de contrarrestar la indiferencia y la crueldad que hay en él y alegrándose de los tesoros de belleza que también existen y que deben ser custodiados. Se trata de tener una mirada de comprensión para reconocer tanto las miserias y las pobrezas de los individuos y de la sociedad, como para reconocer la riqueza escondida en las pequeñas cosas de cada día, precisamente allí donde el Señor nos ha colocado.
La persona vigilante es la que acoge la invitación a velar, es decir, a no dejarse abrumar por el sueño del desánimo, la falta de esperanza, la desilusión; y al mismo tiempo rechaza la llamada de tantas vanidades de las que está el mundo lleno y detrás de las cuales, a veces, se sacrifican tiempo y serenidad personal y familiar.
Estar atentos y vigilantes son las premisas para no seguir «vagando fuera de los caminos del Señor», perdidos en nuestros pecados y nuestras infidelidades; estar atentos y alerta, son las condiciones para permitir a Dios irrumpir en nuestras vidas, para restituirle significado y valor con su presencia llena de bondad y de ternura.
Papa Francisco, Ángelus, 3 de diciembre 2017
https://www.vatican.va/content/francesco/es/angelus/2017/documents/papa-francesco_angelus_20171203.html


Segundo Domingo ~ Allanar el camino
¡Una voz grita en el desierto, allanen los caminos! En este Domingo II de Adviento, la voz de Juan el Bautista resuena con fuerza proclamando el bautismo de conversión para el perdón de los pecados y la venida de ‘Aquel que es más poderoso…el que bautizará con el Espíritu Santo’. (Mc 1, 7a-8b)
Como decíamos al principio de estas reflexiones, durante este tiempo fuerte de recorrido en nuestro camino de fe(como también lo hacemos en Cuaresma), la conversión ocupa un lugar destacado. El Papa Francisco describía hace unos años lo que significa la conversión, palabra que tanto escuchamos a lo largo de este peregrinar de Adviento: En la Biblia quiere decir, ante todo, cambiar de dirección y orientación; y, por tanto, cambiar nuestra manera de pensar. (2).
Es por ello que en medio de este tiempo en que estamos distraídos ante tantos preparativos – vacaciones, fin de año, balances varios, publicidades abrumadoras que nos instan a comprar lo innecesario – el Señor a través de las lecturas de la liturgia, nos invita a prepararnos para la venida de Su Hijo, reconociendo nuestra fragilidad, a escucharlo preparando el camino con corazones solidarios que lo acojan, llevando consuelo a los que sufren, proclamando la paz que Jesús trae, compartiendo nuestras vidas fecundadas por la gracia salvadora y generosa de Dios; en otras palabras: ¡Convirtiéndonos!
Preparen el camino del Señor y allanen sus senderos.
Todos los hombres verán la Salvación de Dios.
Lc 3, 4. 6
Lecturas
- Is 40, 1-5. 9-11
- Sal 84, 9-14
- 2Ped 3, 8-14
- Mc 1, 1-8
Reflexión del Santo Padre

Este itinerario de fe es un itinerario de conversión. ¿Qué significa la palabra “conversión”? En la Biblia quiere decir, ante todo, cambiar de dirección y orientación; y, por tanto, cambiar nuestra manera de pensar. En la vida moral y espiritual, convertirse significa pasardel mal al bien, del pecado al amor de Dios.
La conversión implica el dolor de los pecados cometidos, el deseo de liberarse de ellos, el propósito de excluirlos para siempre de la propia vida. Para excluir el pecado, hay que rechazar también todo lo que está relacionado con él, las cosas que están ligadas al pecado y, esto es, hay que rechazar la mentalidad mundana, el apego excesivo a las comodidades, el apego excesivo al placer, al bienestar, a las riquezas. El ejemplo de este desapego nos lo ofrece una vez más el Evangelio de hoy en la figura de Juan el Bautista: un hombre austero, que renuncia a lo superfluo y busca lo esencial. Este es el primer aspecto de la conversión: desapego del pecado y de la mundanidad.
El otro aspecto de la conversión es el fin del camino, es decir, la búsqueda de Dios y de su reino. Desapego de las cosas mundanas y búsqueda de Dios y de su reino. El abandono de las comodidades y la mentalidad mundana no es un fin en sí mismo, no es una ascesis solo para hacer penitencia; el cristiano no hace “el faquir”. Es otra cosa. El desapego no es un fin en sí mismo, sino que tiene como objetivo lograr algo más grande, es decir, el reino de Dios, la comunión con Dios, la amistad con Dios.
Cuando tengas esa idea de desanimarte, no te quedes ahí, porque son arenas movedizas: las arenas movedizas de una existencia mediocre. La mediocridad es esto. ¿Qué se puede hacer en estos casos, cuando quisieras seguir pero sientes que no puedes? En primer lugar, recordar que la conversión es una gracia: nadie puede convertirse con sus propias fuerzas. Es una gracia que te da el Señor, y que, por tanto, hay que pedir a Dios con fuerza, pedirle a Dios que nos convierta Él, que verdaderamente podamos convertirnos, en la medida en que nos abrimos a la belleza, la bondad, la ternura de Dios.
Papa Francisco, Ángelus, 6 de diciembre 2020
https://www.vatican.va/content/francesco/es/angelus/2020/documents/papa-francesco_angelus_20201206.html


Tercer Domingo ~ En medio nuestro
(Ntra. Sra. de Guadalupe)
La alegría nos embarga en este Domingo III de Adviento, o Domingo de Gaudete, que significa “regocíjense” … en este alto en el camino de Adviento, la alegría permea la celebración de hoy recordando que el Señor ya está a las puertas, que el milagro, el misterio de la Encarnación está cada vez más cerca. Y en este clima de alegría hoy honramos a quien llevó en su seno a la Luz del Mundo, la Santísima Virgen María, bajo la advocación de Nuestra Señora de Guadalupe.
Hoy hacemos memoria, cimentando así nuestra propia identidad. A través de María de Guadalupe recordamos su aparición al humilde San Juan Diego, hecho que hace eco de las propias palabras de María en el Salmo de hoy: el Magníficat. Ella fue de los pobres y el Señor hizo grandes maravillas en su ser. Y María, al aparecerse a quien fuera parte de los desposeídos de la época, nos recuerda que Dios hizo y desea continuar “haciendo esas maravillas en la vida”, como dijera el Papa Francisco, de los pueblos latinoamericanos y filipino, tantas veces sojuzgados y en muchas ocasiones, con gobiernos que desean perpetuar la indigencia y la injusticia.
Es por ello que esta aparición es mucho más que algo folklórico. Este hecho singular, esta imagen de María Madre plasmada en la tilma de san Juan Diego, es un constante recordatorio de que cada hijo bien amado de Dios es digno y merece vivir en paz, en libertad, en justicia… en esperanza. Es, además, el forjar una identidad sólida como familia latinoamericana en Cristo a través de María. Es la identidad que nos interpela a no bajar los brazos luchando por una América Latina unida, solidaria, que comparte las alegrías y las tristezas de cada hermano y hermana, que vela por un futuro con pan y trabajo para todos, en dignidad y respeto. Por ello, como nos dice Pablo hoy en su carta, estemos alegres, oremos sin cesar y demos gracias en todo momento por el gran regalo de Dios. Que en este caminar de Adviento, la alegría del Señor, la memoria y la identidad nos ayuden a ser artífices de cambio, testigos creíbles del Reino de Dios y fieles pregoneros de la Buena Noticia de Cristo en el mundo.
El Espíritu del Señor está sobre mí;
Él me envió a llevar la buena noticia a los pobres.
Is 61, 1
Lecturas
- Is 61, 1-2a. 10-11
- Sal Lc 1, 46-50. 53-54
- 1Tes 5, 16-24
- Jn 1, 6-8. 19-28
Reflexión del Santo Padre

Los domingos pasados la liturgia subrayó lo que significa tener una actitud de vigilancia y lo que implica concretamente preparar el camino del Señor. En este tercer domingo de Adviento, llamado «domingo de la alegría», la liturgia nos invita a entender el espíritu con el que tiene lugar todo esto, es decir, precisamente, la alegría. San Pablo nos invita a preparar la venida del Señor asumiendo tres actitudes. Escuchad bien: tres actitudes. Primero, la alegría constante; segundo, la oración perseverante; tercero, el continuo agradecimiento. Alegría constante, oración perseverante y continuo agradecimiento.
La primera actitud, alegría constante: «Esten siempre alegres» (1 Tesalonicenses 5, 16) dice san Pablo. Es decir, permanecer siempre en la alegría, incluso cuando las cosas no van según nuestros deseos; pero está esa alegría profunda que es la paz: también eso es alegría, está dentro. Y la paz es una alegría «a nivel del suelo» pero es una alegría. Las angustias, las dificultades y los sufrimientos atraviesan la vida de cada uno, todos nosotros lo conocemos; y muchas veces, la realidad que nos rodea parece ser inhóspita y árida, parecida al desierto en el que resonaba la voz de Juan Bautista, como recuerda el Evangelio de hoy (cf Juan 1, 23).
La alegría que caracteriza la espera del Mesías se basa en la oración perseverante: esta es la segunda actitud. San Pablo dice: «Oren constantemente» (1 Tesalonicenses 5, 17). Por medio de la oración podemos entrar en una relación estable con Dios, que es la fuente de la verdadera alegría. La alegría del cristiano no se compra, no se puede comprar; viene de la fe y del encuentro con Jesucristo, razón de nuestra felicidad. Y cuanto más enraizados estamos en Cristo, cuanto más cercanos estamos a Jesús, más encontramos la serenidad interior, incluso en medio de las contradicciones cotidianas. Una alegría a compartir con los demás; una alegría contagiosa que hace menos fatigoso el camino de la vida. La tercera actitud indicada por Pablo es el continuo agradecimiento, es decir, un amor agradecido con Dios.Alegría, oración y gratitud son tres comportamientos que nos preparan para vivir la Navidad de un modo auténtico. Alegría, oración y gratitud. Digamos todos juntos: alegría, oración y gratitud [la gente en la plaza repite] ¡Otra vez! [repiten]. En esta última parte del tiempo de Adviento, nos confiamos a la materna intercesión de la Virgen María. Ella es «causa de nuestra alegría», no solo porque ha procreado a Jesús, sino porque nos refiere continuamente a Él.
Papa Francisco, Ángelus, 17 de diciembre 2017
https://www.vatican.va/content/francesco/es/angelus/2017/documents/papa-francesco_angelus_20171217.html

Cuarto Domingo ~ ¡Sí!

Todos necesitamos de una madre para nacer. Y Dios necesitó de una madre cuando, por amor, decide revelarse y hacerse hombre, y cumplir así la profecía de Isaías que lo llamo “Emanuel”, “Dios con nosotros”.
En este último Domingo de Adviento, a unos días de la Navidad, dirigimos nuestra mirada a María a través del Evangelio de la Anunciación. María, la fiel doncella, con su SI engendra al Amor mismo, al Mesías niño, realizando la esperanza que cambiará la historia.
María, la joven valiente, no toma en cuenta lo que su decisiónpuede implicarle, solo se abandona por completo a la voluntad de Dios y acepta en libertad y con humildad convertirse en el sagrario donde nacerá Emanuel. María, modelo de fe y generosidad, es el signo del amor inconmensurable del Padre Celestial por nosotros que envía a su Hijo, Jesús, misterio guardado en secreto desde la eternidad (Rm 16, 25c) a este mundo para iluminar la vida y circunstancias de cada uno de nosotros, para quedarse en medio nuestro, para que vivamos en su amistad y en plenitud, llevando al corazón y a los labios las palabras del salmista: Cantaré eternamente el amor del Señor.
A los albores de la Navidad, oramos con las palabras del Papa Francisco y con fe mientras admiramos a nuestra Madre por su respuesta a la llamada y a la misión de Dios, le pedimos a Ella que nos ayude a cada uno de nosotros a acoger el proyecto de Dios en nuestra vida, con humildad sincera y generosidad valiente.
Yo soy la servidora del Señor,
que se haga en mí según tu Palabra.
Lc 1, 38
Lecturas
- 2Sam 7, 1-5. 8b-12. 14a. 16
- Sal 88, 2-5. 27. 29
- Rom 16, 25-27
- Lc 1, 26-38
Reflexión del Santo Padre

En este cuarto y último domingo de Adviento, el Evangelio nos propone una vez más la historia de la Anunciación. «Alégrate —dice el ángel a María— concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús» (Lc 1,28.31). Parece un anuncio de alegría pura, destinado a hacer feliz a la Virgen: ¿Quién entre las mujeres de esa época no soñaba con convertirse en la madre del Mesías?
¿Qué hace? Responde así: «Hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38). Hágase (fiat) de María. Pero en la lengua en que está escrito el Evangelio, no es simplemente un “suceda”. La expresión verbal indica un fuerte deseo, indica la voluntad de que algo se cumpla. En otras palabras, María no dice: “Si tiene que hacerse, que se haga.., si no puede ser de otra manera…”. No es resignación. No expresa una aceptación débil y sometida, expresa un deseo fuerte, un deseo vivo. No es pasiva, sino activa. No sufre a Dios, se adhiere a Dios. Es una enamorada dispuesta a servir a su Señor en todo e inmediatamente.
¡Cuantas veces —ahora pensemos en nosotros— cuántas veces nuestra vida está hecha de aplazamientos, incluso nuestra vida espiritual! Por ejemplo: sé que me hace bien rezar, pero hoy no tengo tiempo… “mañana, mañana, mañana, mañana…”- Aplazamos las cosas: mañana lo hago; sé que ayudar a alguien es importante —sí, tengo que hacerlo, lo haré mañana—. Es la misma cadena de los mañana … Aplazar las cosas. Hoy, a las puertas de la Navidad, María nos invita a no aplazar, a decir “sí”.
[Y otro consejo] para que Jesús nazca en nosotros, preparemos el corazón: vayamos a rezar. No nos dejemos “arrastrar” por el consumismo: “Tengo que comprar los regalos, tengo que hacer esto y lo otro…”. Ese frenesí por hacer tantas cosas… lo importante es Jesús. El consumismo, hermanos y hermanas, nos ha secuestrado la Navidad. No hay consumismo en el pesebre de Belén: allí está la realidad, la pobreza, el amor.
«Hágase en mí según tu palabra». Es la última frase de la Virgen en este último domingo de Adviento, y es la invitación a dar un paso concreto hacia la Navidad. Porque si el nacimiento de Jesús no toca nuestra vida —la mía, la tuya, la de todos—, si no toca la vida pasa en vano. En el Ángelus también nosotros diremos ahora: “Hágase en mí según tu palabra”: que la Virgen nos ayude a decirlo con nuestra vida, con la actitud de estos últimos días para prepararnos bien a la Navidad.
Papa Francisco, Ángelus, 20 de diciembre 2020
https://www.vatican.va/content/francesco/es/angelus/2020/documents/papa-francesco_angelus_20201220.html
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