Con meditaciones de los Papas san Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco
Un nuevo ciclo litúrgico comienza y, desde hoy, y por las próximas cuatro semanas celebramos el gozoso tiempo del Adviento, momento en el que, vigilantes, preparamos al corazón para la venida del Señor, el Hijo del Dios Vivo que se hace carne en un humilde portal para así habitar, para quedarse por siempre entre nosotros. Pero, ¿cómo nos preparamos para recibir a Jesús esta Navidad? Nos referimos al tiempo “fuerte” de Adviento como un momento de conversión, un período de profunda transformación, de vivenciar la misericordia infinita del Padre, de ver su Rostro en el Verbo encarnado…. La oración, en este tiempo de gracia que es el Adviento, es una de las mejores maneras para adentrarnos en este precioso tiempo de vigilante y gozosa espera sustentada por la lectura orante de la Palabra de Vida.

Concebimos la idea de reunir estas meditaciones de los últimos tres Santos Padres (san Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco), como una propuesta de oración para estos Domingos de Adviento, frente a la Corona, en familia, para que nuestro corazón se convierta en ese Belén, lleno de amor y de alegría, en donde, con jubilante esperanza, recibir a Jesús. El Papa Francisco, una y otra vez, nos invitaba a “estar despiertos y orar”, como dos actitudes claves para vivir este tiempo de vigilia y de profunda esperanza. Adviento, es también un tiempo ideal para que, desde la sostenida lectura de la Palabra de Dios, hagamos una mirada introspectiva en nuestro camino de fe, la cual se fortalece cuanto más se deja iluminar por la Palabra divina, como nos exhortaba Benedicto XVI.
Adviento es, además, un tiempo propicio para cultivar y resignificar la “cultura del encuentro”, con Jesús y con nuestros hermanos. Junto a nuestra Madre, encaramos este peregrinar de Adviento recordando lo que nos decía san Juan Pablo II: María, la primera que acogió al Mesías prometido y lo ofreció al mundo, nos enseñe a abrir de par en par las puertas de nuestro corazón al mensaje de esperanza y amor de la Navidad.
Hoy nos unimos en oración, como Peregrinos de Esperanza en este año jubilar, junto al Papa León XIV, con estas palabras recogidas de su homilía pronunciada en Beirut, este martes 2 de diciembre, en marco de su viaje apostólico a Türkiye y al Líbano, en ocasión del 1700º aniversario del Concilio de Nicea:
El motivo del agradecimiento de Jesús al Padre no es por obras extraordinarias, sino porque revela su grandeza precisamente a los pequeños y humildes, a aquellos que no llaman la atención, que parecen contar poco o nada, que no tienen voz. De hecho, el Reino que Jesús viene a inaugurar tiene precisamente esta característica de la que nos habló el profeta Isaías: es un brote, un pequeño retoño que surge de un tronco (cf. Is 11,1), una pequeña esperanza que promete el renacimiento cuando todo parece morir. Así se anuncia al Mesías y, al venir en la pequeñez de un brote, sólo puede ser reconocido por los pequeños, por aquellos que sin grandes pretensiones saben percibir los detalles ocultos, las huellas de Dios en una historia aparentemente perdida.
(Cada una de estas reflexiones comienza, a manera de prólogo para cada domingo, con las moniciones preparadas por nuestro equipo de liturgia. Las meditaciones de los Papas fueron tomadas de las celebraciones del Ángelus y Audiencia General, – encontrarán, al final de cada reflexión, el enlace correspondiente para acceder al texto completo).


Primer Domingo ~
Con los ojos abiertos
Este Domingo, en que empezamos el maravilloso tiempo litúrgico de Adviento, lo hacemos con la exhortación a mantenernos despiertos. Este es un tiempo de preparación y anticipación, de gozosa espera mientras aguardamos la venida a este mundo del Niño Jesús en Navidad. Cristo nos llama a cada uno de nosotros hoy a permanecer despiertos a su presencia en todo momento, a estar listos para reconocerlo cuando venga nuevamente en gloria.
Con el Adviento comienza el nuevo año litúrgico, el cual está dividido en tres ciclos. Este año corresponde al ciclo “A” cuya característica es leer, habitualmente en Domingo, el evangelio de San Mateo. El color litúrgico del Adviento es el morado. Durante este tiempo no se reza el Gloria, el cual retomaremos solemnemente en la misa de Nochebuena.
En este Domingo I del tiempo fuerte y gozoso de Adviento, las lecturas de la liturgia remarcan la atenta y esperanzada vigilancia con que el cristiano aguarda al Hijo del Dios de la Vida, a Jesús que viene a nuestro encuentro; la Buena Nueva que nuestro corazón anhela, que nunca pierde su novedad y cuya promesa se renueva y se afianza en diario vivir del discípulo. Como Peregrinos de Esperanza, caminemos atentos y vigilantes hacia la luz que viene a liberarnos de las tinieblas del pecado y la opresión.
En las palabras del santo padre León: “Cristo Jesús no es un personaje del pasado, es el Hijo de Dios presente entre nosotros que guía la historia hacia el futuro que Dios nos ha prometido.”
Lecturas
- Is 2, 1-5
- Sal 121, 1-2. 4-9
- Rom 13, 11-14a
- Mt 24, 37-44
Reflexión del Papa Francisco
Los que tienen hambre y sed de justicia sólo pueden encontrarla a través de los caminos del Señor, mientras que el mal y el pecado provienen del hecho de que los individuos y los grupos sociales prefieren seguir caminos dictados por intereses egoístas, que causan conflictos y guerras. El Adviento es el tiempo para acoger la venida de Jesús, que viene como mensajero de paz para mostrarnos los caminos de Dios.
En el Evangelio de hoy, Jesús nos exhorta a estar preparados para su venida: «Estén prevenidos, pues, porque no saben qué día vendrá vuestro Señor» (Mateo 24, 42). Velar no significa tener los ojos materialmente abiertos, sino tener el corazón libre y orientado en la dirección correcta, es decir, dispuesto a dar y servir. ¡Eso es velar! El sueño del que debemos despertar está constituido por la indiferencia, por la vanidad, por la incapacidad de establecer relaciones verdaderamente humanas, por la incapacidad de hacerse cargo de nuestro hermano aislado, abandonado o enfermo.
La espera de la venida de Jesús debe traducirse, por tanto, en un compromiso de vigilancia. Se trata sobre todo de maravillarse de la acción de Dios, de sus sorpresas y de darle primacía. Vigilancia significa también, concretamente, estar atento al prójimo en dificultades, dejarse interpelar por sus necesidades, sin esperar a que nos pida ayuda, sino aprendiendo a prevenir, a anticipar, como Dios siempre hace con nosotros.
Papa Francisco, Ángelus, 1 de diciembre 2019
https://www.vatican.va/content/francesco/es/angelus/2019/documents/papa-francesco_angelus_20191201.html

Segundo Domingo ~
La conversión

El domingo pasado comenzamos a transitar el Adviento, el tiempo fuerte de oración y caridad, pero también de alegre esperanza, donde estamos llamados a estar atentos, vigilantes a la Venida del Señor…y para ello, Juan el Bautista, desde el desierto nos exhorta a preparar el camino, por que el Mesías prometido ya está a las puertas y viene a salvarnos, a quedarse con nosotros…
En las lecturas de este Domingo II del tiempo de Adviento, encontramos un fuerte llamado a la conversión. Pero, ¿qué significa, concretamente, ‘convertirse’? Convertirse, es reconocer con honestidad en el corazón nuestro pecado…es el arrepentirse sinceramente… es apostar con fe a cambiar nuestra vida amparados en la gracia de Dios que envía a Su Hijo.
Este es el tiempo en que la Iglesia, a través de la fuerza y convicción del Bautista, escucha la voz que grita en el desierto de la desigualdad, de la violencia, de la indiferencia ante el sufrimiento… Como Peregrinos de Esperanza, prestemos atención a esta voz que nos invita a la imaginación profética, a soñar y trabajar con ánimo y con fe porque el Reino de Dios sigue adelante y el mundo de paz, nuevo, fraterno y solidario, está cerca…
Lecturas
- Is 11, 1-10
- Sal 71, 1-2. 7-8. 12-13. 17
- Rom 15, 4-9
- Mt 3, 1-12
Reflexión del Papa Benedicto XVI
El Evangelio de este segundo domingo de Adviento (Mt 3, 1-12) nos presenta la figura de san Juan Bautista, el cual, según una célebre profecía de Isaías (cf. 40, 3), se retiró al desierto de Judea y, con su predicación, llamó al pueblo a convertirse para estar preparado para la inminente venida del Mesías. San Gregorio Magno comenta que el Bautista «predica la recta fe y las obras buenas… para que la fuerza de la gracia penetre, la luz de la verdad resplandezca, los caminos hacia Dios se enderecen y nazcan en el corazón pensamientos honestos tras la escucha de la Palabra que guía hacia el bien» (Hom. in Evangelia, XX, 3: CCL 141, 155). El precursor de Jesús, situado entre la Antigua y la Nueva Alianza, es como una estrella que precede la salida del Sol, de Cristo, es decir, de Aquel sobre el cual —según otra profecía de Isaías— «reposará el espíritu del Señor: espíritu de sabiduría e inteligencia, espíritu de consejo y fortaleza, espíritu de ciencia y temor del Señor» (Is 11, 2).
En el tiempo de Adviento, también nosotros estamos llamados a escuchar la voz de Dios, que resuena en el desierto del mundo a través de las Sagradas Escrituras, especialmente cuando se predican con la fuerza del Espíritu Santo. De hecho, la fe se fortalece cuanto más se deja iluminar por la Palabra divina, por «todo cuanto —como nos recuerda el apóstol san Pablo— fue escrito en el pasado… para enseñanza nuestra, para que con la paciencia y el consuelo que dan las Escrituras mantengamos la esperanza» (Rm 15, 4). El modelo de la escucha es la Virgen María: «Contemplando en la Madre de Dios una existencia totalmente modelada por la Palabra, también nosotros nos sentimos llamados a entrar en el misterio de la fe, con la que Cristo viene a habitar en nuestra vida. San Ambrosio nos recuerda que todo cristiano que cree, concibe en cierto sentido y engendra al Verbo de Dios en sí mismo» (Verbum Domini, 28).
Queridos amigos, «nuestra salvación se basa en una venida», escribió Romano Guardini (La santa notte. Dall’Avvento all’Epifania, Brescia 1994, p. 13). «El Salvador vino por la libertad de Dios… Así la decisión de la fe consiste… en acoger a Aquel que se acerca» (ib., p. 14). «El Redentor —añade— viene a cada hombre: en sus alegrías y penas, en sus conocimientos claros, en sus dudas y tentaciones, en todo lo que constituye su naturaleza y su vida» (ib., p. 15).
A la Virgen María, en cuyo seno habitó el Hijo del Altísimo, y que el miércoles próximo, 8 de diciembre, celebraremos en la solemnidad de la Inmaculada Concepción, pedimos que nos sostenga en este camino espiritual, para acoger con fe y con amor la venida del Salvador.
Papa Benedicto XVI, Ángelus, 5 de diciembre 2010
https://www.vatican.va/content/benedict-xvi/es/angelus/2010/documents/hf_ben-xvi_ang_20101205.html

Tercer Domingo ~
Un nuevo nacimiento

Las lecturas de la liturgia de este Domingo III de Adviento o Domingo de Gaudete – que significa regocíjense – nos impulsan a experimentar la alegría en la esperanza de saber que el Salvador está a las puertas, que irrumpe en la historia, y viene para liberarnos. Esta alegría, nos da a la vez fortaleza y paciencia para afrontar las dificultades que, a menudo, encontramos en el camino.
Como nos decía hace unos años el Papa Francisco, el Adviento es un tiempo de gracia. Este es un tiempo favorable para resignificar nuestra confianza en Dios, para estar atentos al Reino de un Mesías cuyo nacimiento nos llama a la esperanza, activa y gozosa, cuando no pareciera haber ninguna. El tiempo mesiánico es uno conversión, de purificación, de toma de conciencia… es un tiempo cuando, todos y cada uno, experimentamos el amor incondicional y la misericordia.
En los albores de este nuevo tiempo que el nacimiento de Jesús inaugura y, como Peregrinos de Esperanza, abramos el corazón al milagro para ser signos concretos de la liberación, la esperanza y el gozo que Él nos trae… y que, como discípulos de Cristo, seamos participantes activos y solidarios en la vida de nuestros hermanos llevando el mensaje del Emanuel, el Dios-con-nosotros, a todos los rincones de la tierra.
Lecturas
- Is 35, 1-6a. 10
- Sal 145, 6-10
- St 5, 7-10
- Mt 11, 2-11
Reflexión del Papa Francisco
[Pero] este nuevo nacimiento, con la alegría que lo acompaña, presupone siempre una muerte para nosotros mismos y para el pecado que está dentro de nosotros. De ahí la llamada a la conversión, que es la base de la predicación tanto del Bautista como de Jesús; en particular, se trata de convertir la idea que tenemos de Dios. Y el tiempo de Adviento nos estimula a hacerlo precisamente con la pregunta que Juan el Bautista le hace a Jesús: «¿Eres tú el que ha de venir, o debemos esperar a otro?» (Mateo 11, 3). Pensemos: toda su vida Juan esperó al Mesías; su estilo de vida, su cuerpo mismo, está moldeado por esta espera. Por eso también Jesús lo alaba con estas palabras: «no ha surgido entre los nacidos de mujer uno mayor que Juan el Bautista» (Mateo 11, 11). Sin embargo, él también tuvo que convertirse a Jesús. Como Juan, también nosotros estamos llamados a reconocer el rostro que Dios eligió asumir en Jesucristo, humilde y misericordioso.
El Adviento es un tiempo de gracia. Nos dice que no basta con creer en Dios: es necesario purificar nuestra fe cada día. Se trata de prepararnos para acoger no a un personaje de cuento de hadas, sino al Dios que nos llama, que nos implica y ante el que se impone una elección. El Niño que yace en el pesebre tiene el rostro de nuestros hermanos más necesitados, de los pobres, que «son los privilegiados de este misterio y, a menudo, aquellos que son más capaces de reconocer la presencia de Dios en medio de nosotros» (Carta Apostólica Admirabile signum, 6).
Que la Virgen María nos ayude para que, al acercarnos a la Navidad, no nos dejemos distraer por las cosas externas, sino que hagamos espacio en nuestros corazones a Aquél que ya ha venido y quiere volver a venir para curar nuestras enfermedades y darnos su alegría.
Papa Francisco, Ángelus, 15 de diciembre 2019
https://www.vatican.va/content/francesco/es/angelus/2019/documents/papa-francesco_angelus_20191215.html

Cuarto Domingo ~
La confianza…¡siempre!

Nuestro tiempo de espera de Adviento está casi terminado y comienza la emoción de las celebraciones navideñas, anticipadas por muchos a nuestro alrededor. Pero, como cristianos, esperamos la venida de nuestro Salvador, cuyo nacimiento es nuestra principal razón para celebrar.
A las puertas de la Navidad, las lecturas de la Liturgia de este Domingo IV del tiempo de Adviento nos hablan de esperanza y también de confianza ante llamadas desconcertantes.
El Evangelio, nos narra la historia de María y José antes del nacimiento de Jesús. Ambos están llamados, de diferentes maneras, a una gran confianza y a tener fe en las promesas de Dios. El enfoque en la maternidad de María, su concebir el Emmanuel, y la confianza y docilidad de José, nos llaman a reflexionar sobre el profundo significado que tiene en nuestras vidas – y nuestra fe – esta historia, el relato de la Encarnación que cada año escuchamos. San Francisco de Asís decía que “Somos madres de Cristo, cuando lo llevamos en el corazón y en el cuerpo por medio del amor divino y de la pura y sincera conciencia.”
Que, en la Eucaristía, abramos el corazón para que, a ejemplo de María concibamos a Jesús en el cada día. Que, como José, seamos dóciles y confiados al obrar de Dios en nosotros. Y, como Peregrinos de Esperanza en este año jubilar, que nuestra vida refleje la acogedora morada del portal de Belén, un lugar de confiada, tierna y permanente acogida al ‘Emanuel’ encarnado en todos los hermanos.
Lecturas
- Is 7, 10-14
- Sal 23, 1-6
- Rom 1, 1-7
- Mt 1, 18-24
Reflexión del Papa san Juan Pablo II
Amadísimos hermanos y hermanas:
1. En el itinerario litúrgico y espiritual del Adviento, nos encontramos ya en vísperas de las festividades navideñas. La novena de la santa Navidad nos impulsa diariamente, de una forma cada vez más apremiante y comprometedora, a prepararnos con la oración y la caridad a las fiestas ya inminentes y nos invita a meditar, desde la perspectiva de la fe, en los aspectos profundos y significativos del misterio de la Encarnación, que estamos a punto de revivir.
Uno de los elementos que caracterizan la oración y la reflexión de estos días es, sin duda, la tradicional serie de antífonas navideñas denominadas antífonas de la «Oh», y que en su conjunto ilustran los diversos aspectos de la venida del Salvador esperado.
En esas antífonas litúrgicas se eleva al Altísimo la misma voz de la Iglesia, que invoca al esperado de las naciones con títulos muy elocuentes, fruto de la fe bíblica y de la secular reflexión eclesial.
En el Salvador, cuyo nacimiento en Belén vamos a celebrar, la comunidad cristiana contempla la «Sabiduría del Altísimo», el «Guía de su pueblo», el «Retoño de la raíz de Jesé», la «Llave de David», la «Estrella nueva», el «Rey de los pueblos» y, por último, el «Emmanuel».
2. «Oh Emmanuel, Dios con nosotros, el esperado de los pueblos y su liberador: ven a salvarnos con tu presencia».
¡Oh Emmanuel! Hoy, antevíspera de la solemnidad de la santa Navidad, la liturgia se dirige al Mesías con este título. Se trata de una invocación que, en cierto sentido, resume en sí todas las de los días pasados. El Hijo de la Virgen ha recibido el nombre profético de «Emmanuel», es decir, «Dios con nosotros». Ese nombre recuerda la profecía hecha siete siglos antes por boca del profeta Isaías. Con el nacimiento del Mesías Dios asegura su presencia plena y definitiva en medio de su pueblo. Esa presencia constituye la respuesta divina a la necesidad fundamental del hombre de todos los lugares y todos los tiempos.
En efecto, los esfuerzos de la humanidad por construir un porvenir de bienestar y felicidad sólo pueden alcanzar plenamente su objetivo rebasando las realidades finitas. El deseo y el empeño por realizar un futuro de justicia y paz son un signo elocuente del insuprimible anhelo de Dios que late en el corazón del hombre.
3. La época en que vivimos se caracteriza por la agudización de un cierto sentido de extravío, de una sensación de vacío que, si la miramos bien, es consecuencia del debilitamiento del «sentido de Dios». En nuestro mundo secularizado muchos han perdido esta referencia esencial para las opciones decisivas de su existencia.
Precisamente en este contexto adquiere especial relieve el gozoso mensaje de la Navidad. Sobre todo para aquellas personas a quienes, en nuestro siglo, se ha impedido por la fuerza tener un encuentro con el auténtico Señor de la historia, o para los que se han perdido en los diarios afanes de la existencia, se renueva en la Navidad que estamos a punto de celebrar la «buena nueva» de la venida del «Dios con nosotros». Lo que resulta imposible para las fuerzas humanas, Dios mismo, en su amor infinito, lo realiza mediante la encarnación de su Hijo unigénito.
En la Noche Santa se proclama la victoria del Amor sobre el odio, de la vida sobre la muerte. El hombre ya no está solo, pues el muro insuperable que lo separaba de la comunión con Dios ha sido derribado definitivamente. En la gruta de Belén el cielo y la tierra se tocan, el infinito entra en el mundo, y a la humanidad se le abren de par en par las puertas de la eterna herencia divina. Con la presencia del «Dios con nosotros», incluso la más oscura noche del dolor, de la angustia y del desconcierto queda superada y vencida para siempre. El Verbo encarnado, el Emmanuel, el «Dios con nosotros», es la esperanza de toda criatura frágil, el sentido de toda la historia, el destino de todo el género humano.
El Niño divino, adorado por los pastores en la gruta, es el don supremo del amor misericordioso del Padre celestial: para salir al encuentro de los hombres de todos los tiempos no desdeñó hacerse Él mismo semejante a nosotros, compartiendo hasta el fondo nuestra condición de criaturas, excepto el pecado.
4. La antífona navideña que la Iglesia canta en la liturgia de hoy concluye con la invocación «Sálvanos, oh Señor, con tu presencia». En el misterio de la Navidad admiramos absortos el eterno Verbo divino hecho carne, convertido en presencia sorprendente entre nosotros y en nosotros. Él, con la intervención eficaz de su gracia, colma el vacío de la tristeza y de la pena, aclara la búsqueda de la alegría y de la paz, impulsa todos nuestros esfuerzos por construir un mundo mejor y más solidario.
5. Amadísimos hermanos y hermanas, dispongámonos a revivir con plena apertura de espíritu el acontecimiento salvífico de la Navidad. Contemplemos, en la pobreza del pesebre, el gran prodigio de la Encarnación y hagamos que penetre profundamente en nuestra existencia con su fuerza transformadora. Dejémonos evangelizar por la Navidad, como los pastores, que acogieron prontamente el anuncio del nacimiento del Salvador y se dirigieron sin vacilación a adorarlo, convirtiéndose así en los primeros testigos de su presencia en el mundo. Así, nosotros nos convertiremos también en testigos del Emmanuel ante todos nuestros hermanos, principalmente entre los más pobres y los que sufren.
María, la primera que acogió al Mesías prometido y lo ofreció al mundo, nos enseñe a abrir de par en par las puertas de nuestro corazón al mensaje de esperanza y amor de la Navidad.
Con estos sentimientos, en la atmósfera de gozo espiritual que caracteriza este encuentro, me es grato formular a cada uno de vosotros mis mejores y más afectuosos deseos de felicidad. Extiendo estos cordiales sentimientos a las personas que sufren, a las poblaciones azotadas por la violencia y la guerra, y a cuantos atraviesan especiales dificultades. A todos deseo que pasen las próximas fiestas navideñas en un clima sereno e iluminado por la llama del amor y de la gracia del Redentor.
san Juan Pablo II, Audiencia General, 23 de diciembre 1992
https://www.vatican.va/content/john-paul-ii/es/audiences/1992/documents/hf_jp-ii_aud_19921223.html

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